
Caminó y caminó cabizbaja pensando en nada y sólo andaba sin saber qué camino tomar. No quería mirar a la gente de frente porque no confiaba en ellos así que no quería encontrarse con alguien conocido y tener la obligación de cruzar alguna palabra insulsa con ellos.
El aire olía a verde, olía a petricor que la hizo respirar muy a fondo para llenar todo su cuerpo de este aire tan fresco. En una de la calles había una casa amarilla con puertas y rejas de un color verde agua que componían una combinación de fantasía. En dicha casa había una fiesta y por ende una algarabía que se escuchaba desde lejos. Ella al pasar se agarró a la verja y con la cabeza puesta entre los barrotes se quedó observando sin poder separar sus ojos de dicha celebración.
Unos se reían, otros cantaban, otros bebían y en ese momento cualquier problema habido parecía no existir. Vivían el aquí y el ahora y disfrutaban.
Se fue y siguió caminado cotejando su cerebro con lo que sentía su corazón. Quizás era hora de confiar un poco más en las personas y dar otra oportunidad al mundo.
Ya es hora que seas capaz de respirar aire limpio por una vez, ya es hora que tu sopor florezca para hacerte más fuerte y darle una oportunidad a la conciencia. Esa conciencia que le da la mano a la honestidad y que bailan al compás de la dignidad.
La dignidad es lo único que nos empapa de tranquilidad y conciencia.
Quizás no está todo perdido y una pequeña semilla se agarre con toda su fuerza en el alma para poder crecer y ofrecer un por qué a esa vida sin ilusión.
E. M§
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