Sentada en la orilla del mar veo pasar toda mi vida en un instante y lloro por mis recuerdos y lloro por mis ausencias.
Mirando el océano y su inmensidad soy consciente de que soy insignificante, soy pequeña, soy débil, sin embargo a la vez tan fuerte que lucho por no ser una pieza de un puzle al que juega el destino que se plantea mi suerte.
En la inmesidad de las aguas mi cuerpo flota cómo pluma solitaria y olvidada que alguna vez tuvo compañia, que en algún momento perteneció a un todo y ahora está desvalida en el monumental abismo.
Recuerdos de vidas pasadas felices, visiones de vida ilusionada que ahora llora en soledad porque sola se escucha mejor al alma y en soledad también se analiza mejor el pasado, el presente y el futuro.
Unión de cielo y mar que parezco tocar, extiendo mis manos y no llego, al igual que no puedo desbaratar lo ya hecho, lo ya vivido, lo ya llorado y me quedo en la orilla pensativa y nostálgica porque auguro que cualquier tiempo pasado fué mejor.
Atardecer coqueto que refleja su luz en las aguas cristalinas y se ríe de mi por pensar en atrapar tal inmensidad, y yo ante tanta belleza no me queda nada más que postrarme ante ella cual vasallo ante su rey.
Rocas de esperanza que se agolpan en mi vida para darme fuerza en la lucha pero que a la vez pesan en mi ser haciéndome difícil mi deseado renacer.
E. M§
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