Sentir la respiración mientras escuchas el sonido del mar en el barco que te lleva de isla a isla es estar en lo alto de un acantilado a punto de saltar.
Te ves tan insignificante al lado de tanta belleza que tu vida parece ínfima. Esos mismos mares que vieron navegar a egipcios, fenicios o griegos y que respiraron la misma calidez y quizás también pensaron en su minúscula existencia.
Pero es una paradoja que te sientas pequeña cuando el ser humano es el mejor y más perfecto ser de la creación, pero ante tanto poder no puedes compararte.
Por la borda miras y miras esas aguas cálidas que son la vida de muchas criaturas convivientes en él. Ahí parada cualquier problema no existe, cualquier dolor se disipa y todo lo material carece de sentido porque lo que sientes ahora es paz.
Paz que te deja relajada porque calma produce el sonido del Mediterráneo, calma producen sus aguas que casi siempre están dóciles para los barcos que las cruzan y allí con tu vista puesta en el horizonte te das cuenta de lo bien que está construido este mundo. Todo tiene su porqué, su cómo, todo está pensado para que la máquina tenga unos buenos engranajes que se muevan al compás de la vida. Nada está fuera de su sitio, tuerca con tuerca componen un mundo sin igual en donde el ser humano es el rey.
Así te sientes tú, reina de las reinas de unos vasallos inexistentes pero con un poder que nadie ahora te va a quitar.
E. M§
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