¡Cuando hablo porque hablo y cuando callo porque callo, nunca estás contenta con nada!

¿Sóis capaz de reconocer esta conversación? Creo que todos hemos dicho estas palabras alguna vez porque irremediablemente todos nos hemos sentido así alguna vez.
Todos, en algún momento de nuestro camino, nos hemos sentido vulnerables e incomprendidos provocando en nosotros la sensación de que todo lo que haces y dices es un error para el resto.
Sin embargo esto es un obstáculo que nos ponemos nosotros, es una distorsión de la realidad.
En esos momentos estamos cómo en una película en la que estás en la calle parada en seco y la gente a tu alrededor va moviéndose en cámara lenta y tú totalmente ajena al mundo.
Pero la gente no es la que ha cambiado, para ahora no comprenderte, somos nosotros que hemos abierto los ojos y nos hemos percatado que nuestra actitud ante la vida es otra ahora. Cualquier acción produce una reacción, así, si tu cambias en cualquier aspecto de tu existencia, la reacción de los demás hacia ti será también diferente.
Si eras de las que decías «sí* a cada proposición, y ahora tu actitud no es la misma, los demás lo perciben y actúan en consecuencia.
Somos así, cuánto más nos dan más queremos. Y es lógico, una persona no pondrá de su parte si todo lo tiene fácil en la vida. ¿Para qué esforzarse en algo si, con sólo abrir la boca, le van a otorgar lo que pide?
Aquí es cuando ves la verdadera cara de los demás. Si tu cambio es positivo, las personas que te estiman se alegrarán, si por el contrario hay alguien que no está de acuerdo con esta metamorfosis, aún sabiendo que es buena para ti, es porque esa persona no te quiere. Lo descubrirás pronto porque intentará convencerte de tu error y se irá alejando poquito a poco si persistes en ese cambio de actitud.
Es normal, cómo tratas te tratan. Si respetas a los demás conseguirás respeto, si te dejas dominar serás dominado, si eres buena persona y eres firme en tus convicciones no se aprovecharán de ti y así en todos los aspectos de nuestro temperamento.
Así que claro que a veces nos sentimos incomprendidos, pero tengo claro que estamos en nuestro derecho de estarlo.
Si tu cambio positivo no encaja con la vida de alguien es porque esa persona no te quería ni apreciaba lo suficiente.
Hay otra actitud que llama la atención y cuando la detectas es divertida.
Decía Sun Tzu en El arte de la guerra que «la mejor defensa es un buen ataque».
No es la primera vez que una de las personas más cercanas a ti, una pareja, un hermano, un amigo se pone a la defensiva y te monta un «pollo» de mucho cuidado. Tú ibas a recriminarle una actuación que no te ha gustado, pero él sale con un enfado que no viene a cuento y eres tú la que acabas pidiendo perdón por algo que ni siquiera has hecho.
¡Me río por no llorar! Esta actuación es una de las principales características que definen a una persona controladora, culpar para no ser culpado.
Cuando son conscientes que les va a caer «la del pulpo» entonces atacan primero para pillar desprevenido al contrario. Y estoy de acuerdo que es una táctica sublime, pero si eres tú quien la practica.
Cuando aprecies dicho comportamiento en el otro, abre los ojos y disfruta de la pantomima que va a representar pensando que eres tonta y que vas a caer en su juego. Cuando acabe su interpretación, aplaudes y le dices «hasta luego Lucas».
Y ¿Qué tienen que ver los álamos en esta historia? Pues la verdad no lo sé muy bien, pero mientras escribía estos pensamientos me han venido a la cabeza las imágenes de un bosque enorme de álamos que vi un día en un sueño.
Oía el tintineo de las ramas moviéndose con el viento y yo en medio quieta muy quieta. Miraba hacia el cielo intentando vislumbrar las copas de estos árboles y me sentía plena, viva, tranquila y en paz. Era contradictorio porque estaba sola ante tan gigantesca visión y sin embargo no me sentía en soledad.
La verdad es que la mente humana es tan extraña que me encantaría saber qué puntual pensamiento me ha transportado a aquel sueño.