
En un mar de confusión, cualquier idea flota sin rumbo fijo. Todo lo que se desborda por mi pensamiento cae para no volver.
No soy capaz de guardar en pequeños cofres las ideas concebidas en el dolor y se me escapan de las manos porque ya, ni las palabras, pueden expresar lo que siento.
En el valle de mis recuerdos, yacen los episodios de mi vida pasada que se agarran con fuerza al suelo marchito. Suelo muerto y episodios vivos. No sé en qué momento volvieron a presentarse ante mí con la fuerza que tuvieron antaño.
Procuro apartarlos pero no se van. Están anclados en ese valle y aunque la tierra se presenta estéril, los recuerdos no mueren. No quieren huir y se convierten en huéspedes pesados que se resisten a partir.
Pensamientos nuevos que se avergüenzan a aflorar porque no encuentran su sitio y cuando lo hacen son lugares inocuos que los hacen perecer en el mismo momento de su nacimiento.
Ser negativa no ha sido nunca mi naturaleza pero en mi cabeza ahora no hay atisbo de esperanza. Cuánto más me resisto más fácil es caer por un acantilado de enredo, frustración y desesperación que no me abandona en ningún momento.
Me siento apegada a los protagonistas de un cuento que no acaban felices ni comiendo perdices, cuento de pesonajes negros que viven el ocaso de sus vidas sin esperanza.
La vida es todo lo que acontece y negar no sirve de nada cuando las ganas se van, cuando las esperanzas se queman con cada una de la lágrimas que derramo, acallar los llantos no ensordecen mi dolor, mirar para otro lado no me cura.
Cuento lo que siento, escribo lo que mis dedos teclean y leo lo que mis ojos llorosos quieren… Y aunque triste es mi texto, no puedo ni quiero engañar.
Esto es la vida, etapas, batallas, victorias y a cada una de ellas hay que darle espacio porque de lo contrario todo lo no expresado se agolpará en un terraplén insalvable.
#inferno…