Cuando se hacen cosas buenas por los demás no se hacen para que te devuelvan el favor, se hacen de forma desinteresada porque tu alma te lo pide.
Ayudar al prójimo debería ser un deber para todos, porque hay muchos que necesitan ayuda y no la piden.
Pero este blog no va encaminado tanto a la ayuda desinteresada sino para aquellos que una vez dan su mano a los demás, luego a la menor ocasión lo recuerdan cómo quien no quiere la cosa.
¿Por qué lo hacen? ¿Lo hacen para que los demás lo reconozcan y les aplaudan? Entiendo que sí porque gritan a los cuatro vientos las hazañas realizadas.
Escribí otro blog sobre las personas tóxicas, sobre aquellos «supuestos» amigos que cuando se reúnen contigo sólo critican a otros amigos.
Pues estas mismas personas son las primeras que se ponen galones contándote las cosas que han hecho por los demás.
No me gustan este tipo de personas. Me resulta muy denigrante que quieran ser protagonistas a costa de empequeñecer a otros.
Las acciones que emprendemos cómo ayuda, atención, han de ser algo anónimas, algo que no necesita ser proclamado por doquier, porque, por un lado si lo que pretendes es reconocimiento ya no es desinteresado, ya es un intercambio, y por otro lado porque si lo cuentas, puedes provocar que la persona que ha sido ayudada se sienta humillada, se siente menospreciada.
¡Son tantos lo que se alaban, los que intentan quedar por encima de otros!
Sabemos que hay que quererse, pero si eso va a desembocar en contar las miserias de los demás, entonces no es un amor limpio.
Nuestra vida debería ser una cadena de favores. Deberíamos interactuar los unos con los otros para ayudar al prójimo sin que ni siquiera nos percatemos de que es así.
¡Sería tan bonito! Pero aunque pueda parecer una utopía y quizás lo sea, todos juntos lo conseguiríamos. Cuando nos unimos todos por un bien común somos más fuertes. La pena es que lo solemos hacer cuando nos obligan.
¡Bueno, en mi mente siempre albergaré este sueño!